A veces el cine europeo parece ver al latinoamericano como una excentricidad. La fórmula retrato de pobreza más personajes explotados gana premios en cualquier certamen al otro lado del Atlántico. En una de las secuencias más logradas de Güeros (2014), el personaje de Tenoch Huerta se queja amargamente en un extenso monólogo de la manera en que los cineastas mexicanos parecen vender nuestra pobreza en Europa, en aras de ganarse un premio. El supuesto arte justifica la explotación.
Ese es el tópico detrás de Agarrando pueblo (1977), un falso documental dirigido y escrito por Carlos Mayolo y Luis Ospina. Al centro de la película se encuentra un equipo de filmación con la misión de obtener las imágenes más cruentas de la pobreza en Colombia, so pretexto de hacer con el material un documental en Alemania para protestar por las paupérrimas condiciones de vida de una gran franja de la población colombiana de esos años.
Con la idea de reforzar su tesis y crear un juego de metanarrativa, los directores toman roles centrales en el cortometraje. De esta manera, Agarrando pueblo se convierte al mismo tiempo en crítica y en aquello contra lo que dirige sus quejas. Los cineastas quieren poner en evidencia las mañas de ese cine de explotación, y para lograrlo se ven obligados a usar las mismas herramientas, aunque en tono de farsa.
El supuesto equipo de filmación recorre la ciudad capturando vagabundos, buscando los lugares más destruidos de Cali o sobornando niños para que se ensucien y naden en una fuente pública mientras ellos avientan monedas al aire. Ante todo, el trabajo de Mayolo y Ospina busca sacudirnos, conflictuarnos ante sus imágenes, no para lamentarnos sino para discutir la validez de capturar dichas secuencias.
¿Debemos permitir que los vampiros se alimenten sin inmutarnos? La pornomiseria es rentable porque el primer mundo continúa viéndonos como los salvajes incapaces de escapar de su estado incivilizado. Tal vez tengan algo de razón…
Rafael Paz (@pazespa)
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